Residencia en la tierra (Covid-19)

 


Residencia en la tierra (Covid-19)

                                                                                               ¿Me preguntas por qué compro arroz y flores? Compro arroz para vivir y flores para tener algo por lo que vivir.

Confucio 




Lo bello y lo siniestro forman parte de la misma moneda. No pueden existir aislados. Se precisan recíprocamente para existir. La existencia misma es el equilibrio de esa dualidad, aunque la tendencia humana siempre anhele decantarse hacia uno de los polos. 

Anhelamos. Siempre anhelamos más. Soñamos con aquello que, aparentemente, no poseemos; observamos las vidas ajenas y las deseamos nuestras. El eterno ser otro. La perpetua búsqueda de la falsa felicidad. El egoísmo del "yo soy yo y mi circunstancia". La competitividad y el éxito. Nos hemos convertido en bárbaros colonizadores de nuestras propias vidas: masacramos nuestras propias tradiciones, nuestros propios ideales, inconscientes, en esa búsqueda de la felicidad por las sendas del capitalismo y la rivalidad, como antaño fuimos en busca del Dorado. Metas falsas, falsos sueños. Jugamos a ser Dioses, curanderos de la tierra, del ecosistema, de los mares... siendo los títeres de otro Autor. 

Como en el relato religioso, que según el Antiguo testamento y la Torá, cuenta como el Dios hebreo infligió a los ciudadanos del reino de Egipto las diez plagas de Egipto con el fin de que el gobernante dejara libres a los esclavos y les permitiera salir de la nación, llegó una nueva pandemia: la Covid-19. De acuerdo al relato, Egipto enfrentó los diez males presagiados, siendo el último el que permitió a los hebreos abandonar la nación. La pandemia de la Covid-19 llegó y se instaló para, quizás, antes de que sea realmente tarde, darnos una nueva oportunidad de despertar y ser libres. Reinventarnos. Volver a nacer. 

Incrédulos brindamos la incertidumbre que se antojaba vacacional. Y descubrimos que habíamos estado dormidas. Almas errantes sin rumbo. Presas de nuestras propias cadenas: distópicos sueños, en la cárcel del cansancio, la prisa y las obligaciones. La dictadura de Cronos, nuestro paraíso terrenal. Cenicientas dormidas, en el ataúd de la vida que creemos moderna. La vida nos azotó con la fuerza y la violencia de un mar enfurecido y un firmamento quebrado. 

Ahora, al alba, empezamos a comprar arroz y flores. Y a cantar cuatro coplas de luna. Ahora que besamos con las miradas e intuímos las sonrisas tras velos de tela o en esa comisura de los ojos; ahora que anhelamos abrazar tan fuerte que duela y abrazamos con el corazón; ahora que somos supervivientes de nosotros mismos; ahora que expresamos los te quiero en cualquier momento del día; ahora que bailamos la vida en cada estancia y en cada rincón de la cocina... Ahora hemos aprendido a valorar los pequeños detalles de las cosas; la simplicidad de un desayuno (sin prisas, sin reloj); la suerte de la amistad a través de un hilo telefónico o de una pantalla. Hemos llorado la pérdida de seres queridos; lidiado con la rabia y la impotencia. Nos hemos enfrentado a nuestros miedos; descubierto el peso de fallarnos a nosotros mismos. Hemos aprendido a perdonar y a perdonarnos; a dejar de huir; a empezar a cicatrizar sin rencores; a sentir sin barreras; a querernos más que antes; a escucharnos y escuchar. A valorar los atardeceres y las madrugadas con los pies descalzos. A agradecer.


Lo poseíamos todo. Porque Todo está dentro de nosotros. Pero éramos ciegos y estábamos presos. Ahora -qué paradoja-, al alba, empezamos a comprar arroz y flores. Y empezamos a despertar de aquel sueño ceniciento. Y a ser verdaderamente libres. Ahora. Sin necesidad de salir de uno mismo, sin que importen los toques de queda o las restricciones. Libres. Libres para volver a empezar sabiendo lo que en verdad importa. Libres para empezar a brindar por la Vida. 


Gracias, pues, a la vida, que me ha dado tanto: la risa y el llanto.

 

 

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