Educación (en tiempos del cólera)

 


 Educación (en tiempos del cólera)


“[…] su alma […] no podía venir sola, porque no puede ver cómo nosotros (los muertos).  Por esta razón fui yo sacado de la vasta garganta del Infierno para enseñarle el camino y se lo enseñaré hasta donde mi ciencia pueda guiarle”.


Alighieri, Dante: “La Divina Comedia” (Purgatorio: Canto vigésimo primero).



    Educación proviene del sustantivo latino ēducātiō, a partir de su acusativo singular ēducātiōnem. Este, a su vez, deriva del verbo ēducō al que se ha añadido el sufijo -tiō que sirve para crear sustantivos (especialmente abstractos). El verbo ēducō (cuyo infinitivo es ēducāre) está formado sobre el preverbio ex- y la raíz del sustantivo dux (que significa "guía, líder") convertida en verbo. 

  Educar proviene directamente del verbo ēducō (cuyo infinitivo es ēducāre) con el mismo significado que en castellano. 

Hoy quiero confesar que (no, no vivo enamorada, que también) nos estamos cargando la educación. En última instancia, ambas formas del latín, ēducāre y ēdūcere, derivan de la raíz indoeuropea *dewk- con el significado de "tirar" y el de "dirigir" o "guiar" entendiendo estos últimos como "tirar de algo que está detrás de uno". Como docentes, por tanto, debemos ser guías del proceso de aprendizaje de cada alumno/-a, en un viaje que destierre el Infierno, evite el Purgatorio y ofrezca la ruta de acceso al Paraíso del conocimiento y autodesarrollo, donde, como Beatriz (“la hermosa Dama abrió sus brazos, rodeó con ellos mi cabeza, y me sumergió de modo que hube de beber el agua”), un particular Juan Bautista, bauticemos con el agua del acceso al conocimiento y purifiquemos el proceso de aprendizaje.


Todo esto está muy bien. Sí. Si fuera una concepción universal fruto de la vocación y la búsqueda de la calidad y la autenticidad educativa. Y, sí, claro, por supuesto, existen algunos templarios educativos aún. Y deseemos que se alisten a la orden muchos más.  El problema es otro. Y es el mismo de siempre: el sistema, primero y la sociedad, después. O a la inversa. Porque el orden de los factores no altera el producto (otra cuestión de la que hablaré más adelante, en referencia a los trabajos por proyectos y esos productos didácticos). En fin, trataré de economizar la página y el uso de palabras -por aquello de... "en vano". 

A lo que iba. La teoría está clara, pero chirría en la práctica (cómo no) cuando la concepción del aprendizaje deriva de las lecturas (puramente teóricas) pedagógicas en boga, con esas últimas tendencias en educación, que ofrecen tomos dignos de la ilustración -por volumen, no por calidad-, pero que, en la práctica, no ofrecen nada. Todo es teoría. Y más teoría. Páginas y más páginas que parecen escritas sin haber pisado un aula jamás. Porque en la práctica, ¿dónde está la práctica?

No hace falta condenar a nuestros padres como condenaron los noventayochistas a los escritores realistas, sino más bien recoger la herencia y añadirle nuevos enfoques y herramientas. Que debamos trabajar por competencias para que "el alumno sea capaz de...", no significa que ahora solo se pueda trabajar por proyectos, de forma colaborativa, a través de ABP... al contrario, es preciso (y urgente) conservar el aprendizaje tradicional (por recepción, memorización...), que para nada está obsoleto o es inútil, sino que forma parte de la misma diversidad. 

Y es que el problema es que se han confundido las técnicas y las metodologías. O no se han entendido bien (habrá que dudar entre un NA o un AS, en la competencia de comprensión lectora). Que ¿qué quiero decir? Que trabajar con metodologías activas es fundamental en nuestra sociedad, pero siempre que se trabajen bien. Porque trabajar por proyectos no es formar grupos en clase, dar unas instrucciones (o base de orientación, que queda mejor, como si no se hubiera hecho jamás y fuera la gran novedad educativa) y que el resultado sea, por ejemplo, crear un cuento entre cuatro. Sí, sí, y con las tres fases (inicial, de desarrollo y de consolidación). Luego, hacemos un feedback (indispensable) y los alumnos se hacen una coevaluación o autoevaluación (el alumno ideal, que se evalúa objetivamente, claro), se observa la rúbrica y... ¡siguiente tarea! ¿Qué hemos aprendido? A hacer un cuento, claro. Objetivo cumplido y competencia de expresión escrita trabajada.


Y es que sucede aquello que cantaba la Jurado de "como una ola, tu amor llegó a mi vida" y "perdiendo el timón sin darnos a penas cuenta", todo creció "como un ola". Luego, claro, "ese barco velero cargado de sueños" cruza la bahía y nos deja a todos agitando el pañuelo cual "golondrinas del aire" esperando un milagro, que "sin escuchar las voces en el viento/ como una ola se fue". 

En fin, habrá que "aprender a soñar", como decía Chiquetete. O creure que "tot anirà bé", com diu en Dausà. 


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