Aureliano Márquez y Gabriel Buendía frente al espejo.
Aureliano Márquez y Gabriel Buendía frente al espejo
Por Cristina Molino Redondo
ABSTRACT
Todo se repite en el tiempo, según el enunciado filosófico de Heráclito. La historia de Macondo (“la ciudad de los espejos”) –que dura 100 años- atraviesa todas las edades de la Tierra: desde la Creación hasta el Apocalipsis, es decir, desde el Génesis hasta el Fin de los Tiempos. García Márquez y José Arcadio Buendía han fundado un pueblo (“José Arcadio Buendía soñó esa noche que en aquel lugar se levantaba una ciudad ruidosa con casa de paredes de espejos”) y han escrito su historia para un lector soñado por Melquíades: Aureliano Babilonia, el único de los lectores en uso pleno de sus poderes imaginativos.
"Cien años de soledad" se inscribe en la tradición alquímica y/o cabalística de la hermenéutica: Gabriel García Márquez es el autor de "Cien años de soledad" (en tanto que creador), del mismo modo que José Arcadio Buendía es el fundador de Macondo y escritor también de "Cien años de soledad". Si “todos los libros son un libro” y “todos los hombres son un hombre” y, por consiguiente, el autor es también el lector de su propia obra; tal vez, la historia de Macondo nace de un sueño que al final se revela como un espejismo. Tal vez, Macondo y sus "Cien años de soledad" no son sino un largo sueño deliberado de José Arcadio Buendía.
Aureliano Márquez y Gabriel Buendía frente al espejo
Por Cristina M. Redondo
¿Qué es en el fondo esa historia de encontrar un reino milenario, un edén, otro mundo? […] Complejo de la Arcadia, retorno al gran útero, back to Adam, le bon sauvage…”
(Julio Cortázar)
Gabriel García Márquez es el autor de Cien años de soledad (en tanto que creador), del mismo modo que José Arcadio Buendía es el fundador de Macondo y escritor también de Cien años de soledad. Ambos tienen la tarea de decodificar, es decir, de descifrar el sentido último de la vida o, lo que es lo mismo, del microcosmos denominado “Macondo”. Gabriel García Márquez lo hace como creador y José Arcadio Buendía como personaje. En este sentido, el mundo de Cien años de soledad tiene muchos puntos de contacto con la filosofía oculta, con la literatura alquimista y el saber hermético. De ahí que pueda afirmarse que Cien años de soledad se inscribe dentro de la filosofía hermética, cuyo origen se remonta a Hermes Trismegistro, mensajero de los dioses y figura fabulosa contemporánea a Moisés del que deriva la hermenéutica o interpretación de los textos. Así, Cien años de soledad representa el manuscrito original (libro de los libros) que es preciso descifrar para alcanzar una correcta interpretación. De este modo, los personajes –junto con el lector- se adentran en la tradición alquímica y/o cabalística de la hermenéutica. Cada una de las letras es significativa como fueron la Sagrada Escritura para los cabalistas. El autor, así, usa las palabras para aludir y eludir sus significados y, por ello, sus palabras adquieren matices simbólicos nuevos, casi místicos, como los signos de la cábala. Melquíades entregará a José Arcadio los pergaminos que le permitirán viajar por la imaginación, pero que deberá descodificar correctamente para alcanzar el sentido último de las letras. Una y otra vez se da la errónea interpretación de los pergaminos, ejemplo de ello es cuando José Arcadio descifra mal la sentencia del gitano: entiende literalmente lo que estaba dicho en la lengua simbólica de la alquimia. Más adelante, el misterio se enfatiza cuando, próximo a morir, Arcadio enfrenta el pelotón de fusilamiento: “en ese instante lo apuntaron las bocas ahumadas de los fusiles y oyó letra por letra las encíclicas cantadas de Melquíades”. Y el dato oculto se nos revela tres generaciones después, la última tarde de Macondo, cuando Aureliano Babilonia lee en los pergaminos las encíclicas cantadas… “que el propio Melquíades le hizo escuchar a Arcadio, y que eran en realidad las predicciones de su ejecución”. Todos fracasan porque los lectores que intentan descifrar los textos carecen de imaginación. Será, únicamente, la última generación Buendía quien logrará descifrar el sentido último de las proféticas palabras de Melquíades (Nostradamus), justamente en las últimas veinte líneas finales de la novela, donde se emplea el recurso de la metaficción para representar simbólicamente al escritor y al lector en los actos de escritura y lectura del texto. En este sentido, el apellido Babilonia no es licencia poética del autor o gratuito, sino que está claramente relacionado con el mito de la torre de Babel. Aureliano Babilonia es el único que descifra el texto:
[…] Macondo era ya un pavoroso remolino de polvos y escombros centrifugado por la cólera del huracán bíblico, cuando Aureliano saltó once páginas para no perder el tiempo en hechos demasiado conocidos, y empezó a descifrar el instante que estaba viviendo, descifrándolo a medida que lo vivía. […] Entonces dio otro salto para anticiparse a las predicciones y averiguar las fechas y las circunstancias de su muerte. Sin embargo, antes de llegar al verso final ya había comprendido que no saldría jamás de ese cuarto, pues estaba previsto que la ciudad de los espejos (o espejismos) sería arrasada por el viento y desterrada por la memoria de los hombres en el instante en que Aureliano Babilonia acabara de descifrar los pergaminos […]”.
La historia de Macondo (“la ciudad de los espejos”) –que dura 100 años- atraviesa todas las edades de la Tierra, desde la Creación hasta el Apocalipsis, es decir, desde el Génesis hasta el Fin de los Tiempos. García Márquez y José Arcadio Buendía han fundado un pueblo (“José Arcadio Buendía soñó esa noche que en aquel lugar se levantaba una ciudad ruidosa con casa de paredes de espejos”) y han escrito su historia para un lector soñado por Melquíades: Aureliano Babilonia, el único de los lectores en uso pleno de sus poderes imaginativos. Él resume a todos los lectores que lo preceden y a los hombres capaces de comprender las lenguas en que han sido cifrados los libros.
Es preciso señalar, también, el carácter intertextual que contiene toda la novela de Cien años de soledad. En este sentido, se observa cómo los personajes, acciones o pasajes de otras novelas del escritor colombiano (incluso de otros escritores) viven e interactúan en Cien años de soledad o hacen una parada para después instalarse en otras. Es el caso de Rebeca, cuyo nombre remite a la Rebeca bíblica, quien se casó con Isaac, hijo de Abraham. El personaje ya aparece en el cuento Un día después del sábado (Funerales). Además, este personaje vive en Manaure (“el pueblo más bello del mundo”) como el muchacho de Un día después del sábado. Otro ejemplo es el pasaje: “todo su equipaje estaba compuesto por un baulito de la ropa, un pequeño mecedor de madera con florecitas de colores pintadas a mano y un talego de lona que hacía un permanente ruido de cloc cloc cloc, donde llevaba los huesos de sus padres”; fragmento que ya aparece en Vivir para contarla; también las líneas: “una cola de cerdo que no se dejó ver nunca de ninguna mujer y que le costó la vida cuando un carnicero amigo le hizo el favor de cortársela con una hachuela de destazar”, de Crónica de una muerte anunciada, donde Santiago Nasar también morirá a golpes de cuchillos de matar puercos; o la alusión al cuento de Los funerales de la Mamá Grande (1962) a raíz del primer y más concurrido entierro en Macondo, el de Melquíades.
Estas interconexiones nos remiten (nuevamente) a la idea de la existencia de un único Libro, cuyas variaciones vienen determinadas por la interpretación (tarea hermenéutica) que hace cada lector (y/o personaje). De ahí que se desprenda, también, en Cien años de soledad, la concepción filosófico-metafísica llevada al límite por el escritor argentino Jorge Luis Borges a lo largo de toda su obra (narrativa y poética), esto es: la idea borgeana de libro infinito o el relato dentro del relato, que entronca con los espejos (esos seres abominables) que a su vez entronca con la multiplicidad de yos (o el lector que se multiplica en otro lector y éste hasta el infinito abismal), que a su vez entronca con la concepción del tiempo circular que, desemboca, finalmente, en el Eterno Retorno nietzscheano.
De esta manera, García Márquez es heredero, por un lado, del tópico borgeano del libro único y fundacional de sociedades primigenias, en cuya escritura sagrada y simbólica está cifrado el destino del primer y último hombre y, por el otro, de la influencia de los textos fundacionales que se erigen en pilares de América Latina: el Popol Vuh o libro de consejo (libro fundador de la cultura centroamericana Maya-Quiché) o El libro de los libros de Chilam Balam (también libro fundador de la cultura centroamericana Maya-Quiché), así como, indiscutiblemente, la Biblia (libro fundador, como saben, de la comunidad judeo-cristiana).
Finalmente, en relación a la circularidad del tiempo y la concepción filosófica del Eterno Retorno de Friedrich Nietzsche, si bien es cierto que los grandes cambios de Macondo están marcados por petrificaciones temporales: la peste del insomnio; el lunes eterno de José Arcadio; el último minuto en la plaza de Macondo; el diluvio o el instante revelatorio final; Cien años de soledad posee una estructura de continua e infinita retroalimentación, es decir, las acciones, las palabras, los personajes, se repiten en su devenir, como si se cumpliese la voluntad de un patrón determinista, que llevan al lector a caer en un continuo Deja-vu cíclico. El tiempo gira, da vueltas y parece cerrarse. Imagen de infinitud temporal anclada, en parte, en el juego lingüístico de “muchos años después”, que se presenta veinte veces en todo el libro, y que nos remite a un final constante. Ya Úrsula, la protagonista por excelencia de Cien años de soledad, en el capítulo XVII, había advertido que el tiempo da vueltas en redondo, tal como lo había advertido previamente en los capítulos X y XI, lo que la hace llegar a la misma comprobación que nosotros, los lectores: la infinita circularidad temporal, ese Eterno Retorno en el devenir, de Nietzsche; ese aunque no de forma idéntica, todo se repite en el tiempo, según el enunciado filosófico de Heráclito.
En definitiva, si “todos los libros son un libro” y “todos los hombres son un hombre” y, por consiguiente, el autor es también el lector de su propia obra; tal vez, la historia de Macondo nace de un sueño que al final se revela como un espejismo. Tal vez, Macondo y sus Cien años de soledad no son sino un largo sueño deliberado de José Arcadio Buendía; tal vez el autor de Cien años de soledad no sea García Márquez sino Aureliano Buendía.
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